
Ese auto era amarillo, grande y cómodo... muy veloz, mi padre iba como copiloto y mi madre al lado abrazándome siempre, el viento me daba tan fuerte en la cara y las colinas verdes cambiaban de colores y tonos a medida que mis ojos se cerraban, el viento causaba en mi un efecto somnífero y Morfeo ganaba la batalla por querer mirar el camino que nos llevaba desde Cienfuegos a Matanzas, el sol se colaba en el auto y las cabelleras de los ocupantes se arremolinaban sin control, que rápido íbamos...
El destino era una casa de campo cubana, las cañas no dejaban ver mas allá del molino de viento y a sus pies un gran estanque en donde no se por qué, nadie podía bañarse, exploré cada rincón y no recuerdo quienes nos invitaban allí, tampoco si había otros niños para jugar...